2011年08月
ノーベル文学賞作家であるバルガス=リョサは、政治的行動を起こしたこともあるが、やはり作家である。文学が持つ力を信じ、現実を変えたいという想いを作品の中に託している。
Enmarcado inicialmente en aquel maravilloso grupo de escritores hispanoamericanos que recibió el anglosajón, comercial y cuasi militar apelativo de boom, Mario Vargas Llosa entró por la puerta grande de la literatura con una novela contundente, La ciudad y los perros, que fue premio Biblioteca Breve y de la Crítica en España en 1962. Basada en su experiencia como estudiante en el colegio militar Leoncio Prado, la obra aborda uno de los ejes temáticos del imaginario de su autor, el poder como alienador de la personalidad humana.
La crítica ha dividido el corpus novelístico de Vargas Llosa en dos grandes bloques. De un lado, los títulos de raigambre más socio-política, como La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo o Lituma en los Andes; de otro, los que abordan asuntos más personales, extraídos y reelaborados parcialmente de su propia biografía, como La Tía Julia y el escribidor, o de modelos clásicos de la novela policíaca (¿Quién mató a Palomino Molero?) o erótica (Elogio de la madrastra). Junto a éstos estarían otras incursiones en la novela histórica, como El paraíso en la otra esquina o la muy reciente El sueño del celta.
Pero ¿qué se va a encontrar un lector japonés que no conozca la obra del premio Nobel hispano-peruano?
Ante todo una voz narrativa impecable, que maneja la trama, las estructuras, los personajes y las ideas con una maestría inequívocas. Veamos una muestra tomada del capítulo XIX de La fiesta del Chivo:
Había mucho tráfico. El chofer, maniobrando, consiguió abrirse paso entre una guagua con racimos de gente colgada de las puertas y un camión. Frenó en seco, a pocos metros de la gran fachada de cristales de la ferretería Reid. Al saltar del taxi, con el revólver en la mano, Antonio alcanzó a darse cuenta que las luces del parque se encendían, como dándoles la bienvenida. Había limpiabotas, vendedores ambulantes, jugadores de rocambor, vagos y mendigos pegados a las paredes. Olía a fruta y frituras. Se volvió a apurar a Juan Tomás, que, gordo y cansado, no conseguía correr a su ritmo. En eso, estalló la balacera a sus espaldas. Una gritería ensordecedora se levantó alrededor; la gente corría entre los autos, los carros se trepaban a las veredas. Antonio oyó voces histéricas: «¡Ríndanse, carajo!». «¡Están rodeados, pendejos!» Al ver que Juan Tomás, exhausto, se paraba, se paró también a su lado y comenzó a disparar. Lo hacía a ciegas, porque caliés y guardias se escudaban detrás de los Volkswagen, atravesados como parapetos en la pista, interrumpiendo el tráfico. Vio caer a Juan Tomás de rodillas, y lo vio llevarse la pistola a la boca, pero no alcanzó a dispararse porque varios impactos lo tumbaron. A él le habían caído muchas balas ya, pero no estaba muerto. «No estoy muerto, coño, no estoy.» Había disparado todos los tiros de su cargador y, en el suelo, trataba de deslizar la mano al bolsillo para tragarse la estricnina. La maldita mano pendeja no le obedeció. No hacía falta, Antonio. Veía las estrellas brillantes de la noche que empezaba, veía la risueña cara de Tavito y se sentía joven otra vez.
La viveza con que se narra la escena y se describe la ambientación son, como puede apreciarse, magistrales. Los detalles olorosos, el nombre de la ferretería, los disfemismos escatológicos, elementos todos casi periodísticos (fruto sin duda de los inicios como reportero en el diario La Crónica), mezclados con la última frase del párrafo, casi mística, nos hablan de un escritor con mucho oficio, capaz de “enganchar” al lector y provocar su apego al texto hasta la última sílaba. Esta precisión apasionante y apasionadora proviene, según el mismo autor ha confesado, de la compulsión perfeccionista de Gustave Flaubert (a cuyo estudio dedicó en 1975 La orgía perpetua), quien siempre andaba a la búsqueda de “le mot juste”, la palabra justa. Una novela como Madame Bovary o El hablador no tiene por qué ser una mera acumulación de datos y anécdotas que atraigan al lector por el contenido (sexo, humor, muerte, traición, psicología, melancolía…). También la forma, como en la poesía, es crucial para el prosista.
Vargas Llosa no sólo ha sido un novelista de éxito que ha llegado a lo más alto de la literatura mundial con el premio Nobel. También ha tocado otros géneros, como el ensayo y el teatro. Unas nueve obras suyas han subido a las tablas, entre ellas, La huida del Inca (1952), Kathie y el hipopótamo (1983), El loco de los balcones (1993) u Odiseo y Penélope (2007) en cuyo estreno, celebrado en el teatro romano de Mérida (España), participó como actor eventual junto a la actriz española Aitana Sánchez-Gijón.
Pero más influyente e intensa ha sido su labor como columnista, crítico y teórico literario. En García Márquez: historia de un deicidio (1971), que fue su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, argumentaba que la realidad del escritor, frecuentemente negativa y dolorosa, lo impulsa a inventar un nuevo mundo en la literatura, suplantando así el poder creador de Dios. Este libro supuso en su momento un impulso intelectual de primer orden para promocionar al grupo de escritores que luego triunfarían mundialmente. Poco tiempo después de publicarse se inició el distanciamiento entre estos dos gigantes de las letras hispanas, situación que ha provocado no poca desazón y división en muchísimos lectores que veneran al peruano y al colombiano a partes iguales. La crisis sobrevino a partir de un incidente muy personal y desagradable (no aclarado aún completamente) y del apoyo de García Márquez al régimen castrista en Cuba. Vargas Llosa optó a partir de entonces por posiciones más liberales (conservadoras para otros) y criticó abiertamente el excesivo izquierdismo de García Márquez y otros intelectuales hispanoamericanos. No obstante, en su reciente alocución en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto (24-6-2011), donde le fue concedido el doctorado honoris causa, Vargas Llosa volvió a reconocer el valor indiscutible de la obra de García Márquez y su mérito en la expansión de la cultura y la lengua hispanoamericanas por todo el mundo.
Otros autores a los que ha dedicado monografías son Victor Hugo, Juan Carlos Onetti, Jean Paul Sartre o Albert Camus.
No podemos terminar esta semblanza sin hablar del aspecto más público y polémico de la personalidad de Vargas Llosa, su actividad política. Desde que en 1976 envió una carta al dictador argentino Jorge Videla denunciando la desaparición de personas, el compromiso político de Vargas Llosa ha ido en aumento. En 1983 el presidente de Perú, Fernando Belaúnde Terry, lo puso al cargo de la comisión del caso Uchuraccay, que debía investigar el asesinato de ocho periodistas que indagaban supuestas matanzas del ejército. Pero fue a raíz del intento de nacionalización de la banca a cargo del presidente Alan García, cuando Vargas Llosa saltó a la primera línea del ruedo político fundando el partido Libertad y presentándose a las elecciones presidenciales en 1990. Fue derrotado por Alberto Fujimori en la segunda vuelta y, ante las amenazas de éste de retirarle la nacionalidad peruana, trasladó su domicilio a España, donde se le concedió la española. Siempre ha sido muy crítico con los regímenes dictatoriales de distinto signo, tanto comunistas (Cuba) como militaristas capitalistas (Chile, Argentina, Perú, México…). Ya como ciudadano español apoyó el nacimiento del partido Unión, Progreso y Democracia, que lidera la ex-socialista Rosa Díez, y que en las recientes elecciones autonómicas y municipales ha experimentado un avance importante en el número de votos.
Para Vargas Llosa la literatura y la realidad extra-literaria mantienen una relación peculiar que nos permite sobrevivir en este mundo. Es evidente que ningún verso va a acabar en sí mismo de manera fulminante con ninguna injusticia. Tampoco una novela puede mágicamente cambiar un gobierno, anular impuestos o llevar medicamentos a los niños necesitados. No obstante, nuestro autor piensa que la literatura sí permite, en un principio, anular, aunque sea temporalmente, eso que llamamos realidad, convirtiendo en real mientras se lee, lo que no son más que palabras escritas en un papel. Pero además esa nueva realidad acaba modificando la sensibilidad del lector y esta nueva forma de ver el mundo sí puede conducir al cambio en la realidad. Dejemos que él mismo lo explique con las palabras que pronunció al recibir en Estocolmo el premio Nobel el pasado 7 de diciembre de 2010:
…gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas.
Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.